Ser Objetivos
No hay ningún día sin cruz,
pero en ella se debe estar pleno de alegría
Un obstáculo a vencer
La vida interior es fuente de apostolado. La falta de paz nos roba la intimidad con Dios. Hay situaciones en nuestra vida que nos pueden hacer perder la alegría interior y llevarnos por los caminos del pesimismo, pensando que nada podemos hacer, olvidándonos que contamos con los brazos de nuestro Padre Dios y la maternidad de María Santísima. Si tenemos en cuenta estos divinos amparos, entonces sí podremos decir: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece".
El desaliento es consecuencia de tener una visión demasiado humana del problema. Por eso hay que pedir luces al Señor para que nos haga partícipes de la visión que Él tiene. Necesitamos una perspectiva elevada, panorámica y más profunda, que nos ayudará a apreciar todo lo positivo y lo bueno, y a considerar el obstáculo en sus justas proporciones, y a acertar con el medio más adecuado para vencerlo.
Y también necesitamos sencillez par no inventar cruces que no existen, para no complicarnos falsamente la vida. Porque aunque las dificultades sean naturales y debamos contar siempre con ellas, existe el riesgo de desorbitar en algún momento las cosas, dando una excesiva importancia a situaciones o acontecimientos que obstaculizan la vida interior o la acción apostólica. Puede ocurrir alguna vez, en efecto, que todo se vea mal, que se piense que nada se hace bien, que parezca ineficaz toda la labor realizada con determinada alma o en determinado trabajo. Puede suceder, en definitiva, que se llegue a una especie de pesimismo global, una manifestación muy frecuente cuando pretendemos ver el éxito apostólico.
¿Dónde está la raíz de esta actitud? En el olvido de nuestra filiación divina, y a menudo también en la poca objetividad, o en la excesiva impresionabilidad; en una palabra, en la falta de perspectiva. Es como la visión al microscopio de una pequeña lesión. La visibilidad se limita a la mínima superficie situada al otro extremo de la lente; nada se observa del resto del organismo, que está sano. Una visión así deformada impediría, en nuestro caso, estimar todo lo que de positivo hay en las almas, o en el apostolado, y no nos dejaría tampoco considerar la extensión y fecundidad apostólica de toda la Iglesia.
Cuanto más pequeño se ve uno ante la dificultad -por falta de humildad, por confiar excesivamente en la fuerza personal-, mayor es la tendencia a exagerar la gravedad del obstáculo y a justificar así el propio encogimiento. Un enemigo de la vida interior es el pesimismo.
La luz de la fe
Con la luz sobrenatural estudiaremos todas las circunstancias, y nuevamente podremos persuadirnos de que la trascendencia de los sucesos es relativa y les daremos su verdadera dimensión; sobre todo, se nos descubrirá lo mucho de bueno que hay en eso que antes nos parecía todo malo. Ponderando lo positivo, desecharemos, si alguna vez llegar, ese posible pesimismo global, y estaremos en condiciones de examinar la situación con serenidad, que es virtud propia de personas maduras. También los jóvenes deber dejarse aconsejar por los mayores, para tener la mesura, la fortaleza, el sentido de responsabilidad que les hagan ver con objetividad qué es lo urgente y lo importante.
Luego, con serenidad, con calma, se buscará ese punto preciso que no va todo lo bien que podría ir. Junto a muchas buenas cualidades, existe en el alma algún defecto que obstaculiza la santidad, el cual debe ser localizado, conservando siempre el optimismo y la moral de victoria.
Hay que ver el aspecto positivo de las cosas. Lo que parece más tremendo en la vida no es tan negro, no es tan oscuro, y si puntualizamos, no llegaremos a conclusiones pesimistas. como un buen médico, al ver a un paciente, no dice que todo en él se encuentra enfermo; no afirmemos nada malo sin ver la contrapartida. Un enfermo no es inmediatamente un cuerpo para el cementerio. Vamos a curarlo, dándole los remedios oportunos, y estos son los medios sobrenaturales que dios nos da, como la oración y los sacramentos.
Se buscará el mal, y una vez hallado, se le pondrá el remedio conveniente. Y esto también tiene aplicación a la tarea encomendada, en la que junto a mucha gracia de Dios y de unos frutos quizá cuajados, existe alguna dificultad interna o externa, algún aspecto que no se había considerado del modo adecuado, que retrasa la marcha del apostolado y que es susceptible de mejora.
Luego, con serenidad, con calma, se buscará ese punto preciso que no va todo lo bien que podría ir. Junto a muchas buenas cualidades, existe en el alma algún defecto que obstaculiza la santidad, el cual debe ser localizado, conservando siempre el optimismo y la moral de victoria.
Hay que ver el aspecto positivo de las cosas. Lo que parece más tremendo en la vida no es tan negro, no es tan oscuro, y si puntualizamos, no llegaremos a conclusiones pesimistas. como un buen médico, al ver a un paciente, no dice que todo en él se encuentra enfermo; no afirmemos nada malo sin ver la contrapartida. Un enfermo no es inmediatamente un cuerpo para el cementerio. Vamos a curarlo, dándole los remedios oportunos, y estos son los medios sobrenaturales que dios nos da, como la oración y los sacramentos.
Se buscará el mal, y una vez hallado, se le pondrá el remedio conveniente. Y esto también tiene aplicación a la tarea encomendada, en la que junto a mucha gracia de Dios y de unos frutos quizá cuajados, existe alguna dificultad interna o externa, algún aspecto que no se había considerado del modo adecuado, que retrasa la marcha del apostolado y que es susceptible de mejora.
Reflexionemos
Es necesario que nos examinemos a fondo con la luz del Espíritu Santo para ver con claridad que hay muchos problemas que son inventados por nuestra imaginación. Es urgente en este tiempo de pesimismo generalizado ver con la luz de la fe un hecho certísimo: Dios no pierde ninguna batalla.
Jesús, eje de espiritualidad
Muchas veces hablamos de vida espiritual, de que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, pero, ¿en qué medida hemos llegado a interiorizar esta vida divina en nosotros?
Nuestros obispos en Aparecida, Brasil, fueron claros al decir que "la obra de la Evangelización está llamada a hacer de todos sus miembros discípulos y misioneros de Cristo Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él".
Para muchos que hemos recibido el Bautismo, Jesús, es quien tiene que ser el centro de nuestra vida, es una figura borrosa que a veces confundimos con nuestras ilusiones de alguien del que alguna vez nos hicieron creer que era el "Hijo de Dios" nacido en Palestina.
Los veteranos de Cesar
García Morente, catedrático de Ética Fundamental de la Universidad de Madrid desde 11912, fue un hombre que vivió totalmente apartado de la fe católica hasta su conversión en París, en 1937. Se ordenó sacerdote en 1940 y murió al poco tiempo. Después de su muerte se publicó un diario del Ejercicios espirituales realizados tras su vuelta a la Iglesia. Algunos párrafos tomados de su meditación personal sobre la figura de Jesucristo decían: "¿Cómo vas a se secuaz de Cristo? ¿Vas a serlo de lejos, con admiración puramente imaginativa, pasiva? Esto equivale a un aplauso, pero aplaudir a un jefe no es seguirlo. Seguirlo es caminar en pos de él, esforzarse como él, padecer como él; en suma, ajustar la vida propia a la vida del admirado y amado modelo y caudillo. Si quieres -y no tienes más remedio que querer- tiene que ser tú mismo otro Cristo (...) dar la vida como la dio Él. Sólo así serás otro Cristo. Si los veteranos del César daban la vida por el Cesar, ¿no darás tú la vida por Cristo? Nada de limitaciones en la oblación; cada día superar en generosidad la oblación anterior, cada vez más y más entrega, cada vez más y más generosa donación" (cf. M. García Morente, Ejercicios espirituales).
Evidentemente el punto de partida de una auténtica y verdadera espiritualidad es creer que Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.
La fe, fundamento del seguimiento de Cristo
La fe en un Dios amoroso que amó y se entregó por los hombres es la mayor riqueza que un ser humano puede aspirar a desear. Toda la santidad es, para nosotros, participar en la santidad de Cristo Jesús. Pero, ¿cómo participar de ella? Recibiendo a Jesucristo, que es su fuente única. San Juan nos dice. hablando de la Encarnación, que "todo los que han recibido a Cristo se han hecho Hijos de Dios" (Jn 1, 12). Ahora bien, ¿cómo se lo recibe al Verbo hecho carne?
Ante todo por fe. Los que la reciben son -según San Juan- "los que creen en su nombre". Esta fe constituye la actitud que debemos tener en nuestras relaciones para con Dios. El ser cristiano no es el cumplimiento de mandamientos, sino es el seguimiento de una persona viva, quien -por la fe- creemos que es el Hijo de Dios, que vino para transformarnos.
En medio de los dolores de la vida presente debemos confiar en que Él cambió esta historia de muerte en historia de Vida.
Es a Él a quien debemos ponerlo en el centro de todas nuestras actividades, y de ese centro deben salir todas nuestras acciones.
Cualquier forma concreta de espiritualidad cristiana debe ser necesariamente cristo céntrica. No debemos confundir los carismas fundacionales con la espiritualidad cristiana. Muchas veces en la vida eclesial se producen verdaderos conflictos o rivalidades porque nos olvidamos de que los caminos de espiritualidad tienen como centro a Jesús. Esta centralidad a lo largo de la historia toma distintas formas, como un guante que se adapta a cada mano. Así, en la historia de la Iglesia, vemos en los primeros siglos la espiritualidad del martirio.
La espiritualidad del martirio
Durante los primeros siglos del cristianismo la realidad de la vida cristiana estaba marcada a menudo por las persecuciones. por este motivo, el martirio y la posibilidad de padecerlo dieron origen a una forma de espiritualidad donde esta realidad constituía el ideal de perfección cristiana y el modo más seguro de imitar e identificarse con Cristo, ya que el mártir muere con la misma muerte que Jesús, y por ello es su seguidor más auténtico.
Esta espiritualidad se expresa de modo admirable en las cartas de San Ignacio de Antioquía. Para él, el mártir es el verdadero discípulo de Jesús. En su carta a los Romanos expresa: "Os ruego que no tengáis para mí una benevolencia oportuna. Dejadme se pasto de las fieras, por medio de las cuales podré alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y soy molido por los dientes de las fieras para mostrarme como pan puro de Cristo (...)" (4, 1-2). Este es uno de los textos teológicos más ricos sobre el martirio de la Iglesia primitiva.
Para San Ignacio, el martirio es en sí mismo una gracia, porque permite alcanzar a Cristo, anticipando, en cierto modo, el Cielo. Además, lo considera como el modo más excelente de seguir al Señor. Esta idea se recoge expresamente en la Carta a los Efesios: "Esforcémonos para ser imitadores del Señor: ¿quién será el más agraviada?, ¿quién el defraudado?, ¿quién el despreciado?" (10,3).
Reflexionemos
Todo seguidor de Cristo es muerte a uno mismo. El Señor ya lo dijo: "El que quiera ser mi discípulo niéguese a sí mismo, tomo su cruz y sígame".
Pbro. dr. Jorge A. Gandur
El sentido de nuestra vida
Hemos sido creados para dar gloria a Dios, y la oración nos ayuda a realizar este fin.
Al haber sido hechos de su misma pasta -somos hijos del Padre Eterno (cf. 1 Jn 3,1)-, Dios nos ha creado por amor y para amar, y es en la oración donde aprendemos este difícil arte.
El ejemplo nos lo da la Santísima Trinidad, que nos quier con su amor de benevolencia -no instrumental- y nos llama a realizarnos en el reconocimiento afectivo y efectivo de este amor divino. Además, al conferirnos, con nuestra condición espiritual, la capacidad de sabernos destinatarios inmortales del amor divino, la Trinidad nos ha otorgado el privilegio de amar desinteresadamente a los demás, disfrutando en el empeño de hacerlos felices: no somos seres meramente corruptibles, como las restantes criaturas terrenas, que hayan de pasar sus días mirando hacia sí para luchar contra la muerte; nuestro cuerpo está configurado por un alma espiritual que, por ser inmortal, carece de instinto de conservación y nos permite olvidarnos de nosotros mismos y realizarnos en la entrega generosa y desinteresada a los demás (cf. GS 24).
El amor agradecido a Dios y el amor gratuito a los demás seres humanos son, pues, los objetivos que cada persona debe proponerse como norte que dirija toda su conducta. Pero este amor se logra con la oración; de este modo alcanzamos nuestro fin.
En cambio, la propia felicidad no debe ser pretendida como un fin, sino solo como una consecuencia del verdadero fin de la vida humana: como un don de Dios quiere conceder al que, con rectitud, lo busca sobre todas las coas. La vida ha de plantearse así, porque la búsqueda de la gloria de Dios no se opone a la felicidad del hombre, sino que es, precisamente, lo que la causa. Lo que da gloria a Dios es que el hombre alcance su plenitud y sea feliz. Pero no se debe olvidar que esta felicidad consiste en que el hombre mire hacia Dios y no hacia sí.
De ahí que, sin poner el corazón en Dios -y en los demás, por amor a Él- con un olvido pleno de sí mismo, la persona humana se frustraría: "Quien halla su vida, la perderá; pero quien la perdiere por amor de mí, la hallará" (Mt 10, 39), puesto que "quien a Dios tiene, nada le falta", nada puede desear o echar de menos, "sólo Dios basta" (cf. Santa Teresa, "Letrilla"). Es decir, la rectitud de intención está en buscar "sólo y en todo" la gloria de Dios. Y, por ello, si por pensar un imposible hubiera que elegir entre amar a Dios y ser feliz, lo sabio sería elegir lo primero, puesto que, cuanto más eficazmente nos proponemos dar a Dios toda la gloria, entonces la felicidad es un hecho, tanto más pleno y fecundo cuanto más recta sea nuestra intención.
Para pensar
En consecuencia, creado por amor y para amar, el ser humano, para alcanzar esa plenitud que lo hace feliz, debe dirigir a la gloria de Dios toda su actividad intramundana, procurando realizarla, por este motivo, con perfección y en actitud de servicio a los demás hombres.
El hombre no debe limitarse a hacer cosas. El trabajo hace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. Reconocemos a Dios no sólo en la creación, sino también en la experiencia de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas. Es justo que se nos diga: "ora comáis, ora bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios" (1 Cor 10,31).
Pbro. dr. Jorge A. Gandur
Amar y cuidar el rebaño
Jesús necesita que lo ayudemos, a través de los tiempos, a transformar y convertir el mundo.
¿De qué forma? Cumpliendo su misión, acercando a los hombres a su Palabra: llevándolos hacia una paz verdadera, a través de nuestras vidas.
Y esa misión (la de "Pastor de las ovejas"), hoy y siempre, para poder concretarse constantemente en hechos, necesita de hombres y mujeres que amen y cuiden la Iglesia.
Cuando nosotros rezamos, por lo común lo hacemos pidiendo cosas materiales o aquellas que necesitamos para sentirnos felices en nuestras vidas... ¿Cuántas veces nos acordamos de rezar pidiendo "pastores para las ovejas"?
Para que la Iglesia continúe esa hermosa misión de Jesús, Buen Pastor, tiene que contar con hombres y mujeres con coraje: "testimonios de amor", capaces de responder a la Verdad de Dios con sinceridad y total entrega; comprometidos en cuidar a su rebaño llevando el mensaje que Jesús ha dejado y, sobre todo, logrando que la presencia de Nuestro Señor sea visible, a través de sus acciones, en donde se encuentren. Si nosotros, realmente, nos unimos y rezamos, sin ninguna duda podemos lograr el desarrollo de grandes vocaciones.
¡Qué hermoso es pensar que, entre los miembros de nuestras familias, alguien pueda sentir el deseo interior de llevar el testimonio de Jesús al mundo, haciendo realidad sus enseñanzas en medio de los hombres!
Entonces, unámonos en oración y pidamos por las vocaciones sacerdotales y, sobre todo, por aquellos que ya están dedicando su vida a evangelizar, para que se acreciente y se afiance el amor y la paz en la gracia cotidiana de irradiar a Jesús en el sitio en que se encuentre y junto a quienes les corresponda convivir.
Pidamos hoy a Dios que en cada sacerdote se acreciente el deseo de vivir compartiendo con sus ovejas el dolor, las lágrimas, el sudor... Que, de esta manera, forme parte del Pueblo de Dios, de su rebaño, para dirigirlo, para guiarlo hacia los mejores pastos. Nuestros ministerio tiene algo muy importante: ser imagen de Jesús y levar esperanza a quien espera, a través del poder del amor de Dios.
Jesús, Buen Pastor, te guíe en tus decisiones.
Padre Ignacio Peries
Los sombreros y los monos
Con nuestro prójimo, las palabras no sirven de nada sin el ejemplo.
Nadie discute la gran importancia de hablar a nuestro prójimo y exhortar a la caridad, a la justicia y a cumplir con sus deberes como corresponde. Pero, como es evidente, las palabras no alcanzan. Tenemos necesidad de mucho más que bellas exhortaciones. De hecho, las que tienen buen efecto son las que van acompañadas del testimonio. Pero como no nos convencemos de esto, sino que decimos "pero por lo menos se lo digo", por ello esta sencilla anécdota que refleja un poco nuestra vida cotidiana. Dicen que los monos de un bosque vieron a un mercader de sombreros ponerse uno sobre la cabeza y luego echarse a dormir a los pies de un árbol. Mientras descansaba, corrieron de allí los monos. Tomo cada uno uno un sombrero, se lo puso en la cabeza y treparon a los árboles.
Despertó el buen hombre, y, al ver lo sucedido, empezó a gesticular y a proferir amenazas. Menos mal que pasó por ahí un buen conocedor de la zona y de las costumbres de los simios, porque el vendedor ya estaba al borde de la desesperación.
- Mire, los monos le quitaron los sombreros porque vieron como se ponía uno. Si quiere recobrarlos, tire el que lleva en la cabeza, y con desdén; los monos lo imitan todo.
En efecto, al poco se vio cómo llovían sombreros de los árboles.
Para bien o para mal, es claro que muchas veces nos imitan las personas cercanas; sobre todo tendremos que pensar en los más jóvenes y los que carecen de formación. Los padres podrán insistir y, a veces, hasta gritar a sus hijos "educándolos", pero en realidad, por una ley de la vida solo los ejemplos arrastran. Y así, sobre todo los niños y jóvenes están esperando ejemplos a seguir. Ejemplos de personas nobles, plenas y alegres. Ejemplos claros e íntegros, sin ambigüedades. Por eso, además, es tan importante llenar el alma con la lectura del Evangelio y de la vida de los santos, porque nos empujan hacia arriba.
¿Quién puede quedar frío o indiferente ante los santos, ante la Madre Teresa de Calcuta, ante un Juan Pablo II? La santidad nos interpela y empuja a obrar según Cristo. Pero necesitamos ver que es la verdad, que es posible y que podemos alcanzarla todos, no solo algunos.
Recordemos las palabras de Santa Teresa sobre la santidad o amor a Dios (y al prójimo): "Obras son amores y no buenas razones". Empecemos de una vez, y dejaremos de renegar como el vendedor de sombreros.
Despertó el buen hombre, y, al ver lo sucedido, empezó a gesticular y a proferir amenazas. Menos mal que pasó por ahí un buen conocedor de la zona y de las costumbres de los simios, porque el vendedor ya estaba al borde de la desesperación.
- Mire, los monos le quitaron los sombreros porque vieron como se ponía uno. Si quiere recobrarlos, tire el que lleva en la cabeza, y con desdén; los monos lo imitan todo.
En efecto, al poco se vio cómo llovían sombreros de los árboles.
Para bien o para mal, es claro que muchas veces nos imitan las personas cercanas; sobre todo tendremos que pensar en los más jóvenes y los que carecen de formación. Los padres podrán insistir y, a veces, hasta gritar a sus hijos "educándolos", pero en realidad, por una ley de la vida solo los ejemplos arrastran. Y así, sobre todo los niños y jóvenes están esperando ejemplos a seguir. Ejemplos de personas nobles, plenas y alegres. Ejemplos claros e íntegros, sin ambigüedades. Por eso, además, es tan importante llenar el alma con la lectura del Evangelio y de la vida de los santos, porque nos empujan hacia arriba.
¿Quién puede quedar frío o indiferente ante los santos, ante la Madre Teresa de Calcuta, ante un Juan Pablo II? La santidad nos interpela y empuja a obrar según Cristo. Pero necesitamos ver que es la verdad, que es posible y que podemos alcanzarla todos, no solo algunos.
Recordemos las palabras de Santa Teresa sobre la santidad o amor a Dios (y al prójimo): "Obras son amores y no buenas razones". Empecemos de una vez, y dejaremos de renegar como el vendedor de sombreros.
Si dejamos que Dios obre...
Amigos: siempre podemos recuperar nuestra belleza interior, pero solo podemos hacerlo con la gracia y la misericordia de Dios (no hay otra manera).
Si perdemos nuestra dignidad, somos como una porcelana que perdido su valor (una porcelana puede tener un valor incalculable, pero... si se quiebra... ya no vale nada).
Aún así, Juan nos dice que, en las manos de Dios, somo igual que arcilla: tenemos la posibilidad de volver a nacer. Sólo Él puede darnos una nueva forma, "una nueva vida".
"A veces no somos capaces de ver nuestra propia belleza". Esto decía un jardinero que poseía la capacidad de descubrir lo bello donde otros no lo veían. Esta historia comienza en la casa de un coleccionista de porcelanas. Una de las piezas de su colección sufrió un golpe por un descuido de quien estaba a cargo de su limpieza. La pieza, con una rajadura evidente, ya no tenía valor y fue tirada a la basura.
Muchos de los que pasaron por allí la vieron. Más uno la levantó y la inspeccionó, pero... al notar la fractura que tenía... volvió a tirarla.
Luego de un tiempo, la pieza de porcelana quedó cubierta de tierra. Un día, llovió. El agua hizo que una parte de ella quedara expuesta a los rayos del sol. Fue así que el brillo llamó la atención de este jardinero. La levantó, la limpió y vio que era útil. La llenó de tierra y sembró semillas en ella. Luego, la puso en una ventana. Al cabo de unos meses, se cubrió de flores.
Todos los que pasaban por el lugar se admiraban de tal belleza y decían: "¡Qué buena idea!¡Restaurar lo que estaba perdido!" Después le preguntaban: "¿Dónde encontraste una pieza tan hermosa?".
Entonces, el jardinero respondía: "Estaba a la vista de todos pero nadie la valorizó. Sólo después que la limpié y puse "nueva vida" en ella; sólo después que vieron las flores, pudieron encontrar la belleza y el valor que tenía por sí misma".
Dios hace lo mismo con nosotros. El mundo puede rechazarnos, marginarnos y "tirarnos a la basura" como si no tuviéramos ningún valor. Quizás, hemos perdido nuestra belleza (exterior o interior), tenemos rajaduras, fracasos; quizás hemos perdido nuestro valor como seres humanos. Pero, al igual que aquel jardinero, Dios puede ver lo mejor de nosotros, lo sano, lo bueno y bello que hay dentro.
Todos podemos renovar esa dignidad perdida. ¿Cómo?
Con esa "vida nueva" que sólo Dios puede engendrar en nosotros. (Así como aquel jardinero sembró semillas en la pieza de porcelana, así Dios siembra semillas de "nueva vida" en nuestro corazón). Si dejamos que Dios obre, podemos recuperar nuestra belleza interior, las respuestas a nuestros fracasos y la esperanza de nuestro futuro.
Debemos empezar por reconocer que somos pecadores, débiles, que tenemos errores y fracasos. Cuanto más reconocemos esto y lo aceptamos con humildad, más abundante es la gracia de Dios que nos anima, levanta nuestro espíritu e infunde en nosotros "nueva vida" para que se sane nuestro corazón y dignifiquemos nuestra vida.
Padre Ignacio Peries
"Aguanta un poco más"
Perseveremos en la gracia, aunque cueste, y podremos gozar de sus frutos.
Se cuenta que en Inglaterra había una pareja que gustaba de visitar las pequeñas tiendas del centro de Londres. Al entrar en una de ellas se quedaron prendados de una hermosa tacita. "¿Me permite ver esa taza? -preguntó la señora- ¡nunca he visto nada tan fino!"
En las manos dela señora, la taza comenzó a contar su historia: "Usted debe saber que yo no siempre he sido la taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo yo era solo un poco de barro. Pero un artesano me tomó entre sus manos y me fue dando forma. Llegó el momento en que me desesperé y le grité: "¡Por favor... ya déjame en paz...!". Pero mi amo sólo me sonrió y me dijo: "Aguanta un poco más, todavía no es tiempo".
Después me puso en un horno. ¡Nunca había sentido tanto calor!... Toque a la puerta del horno y a través de la ventanilla pude leer los labios de mi amo que me decía: "Aguanta un poco más, todavía no es tiempo".
Cuando al fin abrió la puerta, mi artesano me puso en un estante. Pero, apenas me había refrescado, me comenzó a raspar, a lijar. No se cómo no acabó conmigo. Me daba vueltas, me miraba de arriba a abajo. Por último me aplicó meticulosamente varias pinturas... Sentía que me ahogaba... "Por favor, déjame en paz", le gritaba a mi artesano, pero él sólo me decía: "Aguanta un poco más. todavía no es tiempo."
Al fin, cuando pensé que había terminado aquello. me metió en otro horno, mucho más caliente que el primero. En ese momento sí pensé que terminaba con mi vida. Le rogué y le imploré a mi artesano que me respetara, que me sacara, que si se había vuelto loco. Grité, lloré; pero mi artesano sólo me decía: "Aguanta un poco más, todavía no es tiempo".
Me pregunté entonces si había esperanza... si lograría sobrevivir a esos tratos y abandonos. Pero por alguna razón aguanté todo aquello. Fue entonces que se abrió la puerta y mi artesano me tomó cariñosamente y me llevó a un lugar muy diferente. Era precioso. Allí todas las tazas eran maravillosas, verdaderas obras de arte, resplandecían como sólo ocurre en los sueños. No pasó mucho tiempo cuando descubrí que estaba en una fina tienda y ante mí había un espejo. Una de esas maravillas era yo. ¡No podía creerlo! ¡Esa no podía ser yo!
Mi artesano entonces me dijo: "Yo sé que sufriste al ser moldeada por mis manos, mira tu hermosa figura. Sé que pasaste terribles calores, pero ahora observa tu sólida consistencia, sé que sufriste con las raspadas y pulidas, pero mira ahora la finura de tu presencia... y la pintura te provocaba nauseas, pero contempla ahora tu hermosura... ¿y si te hubiera dejado como estabas?"
"¡Ahora eres una obra terminada!, ¡lo que imaginé cuando te comencé a formar!"
Querido hermano que lees. Eres una tacita en las manos del mejor alfarero: Dios. Confíate en sus amorosas manos aunque muchas veces no comprendas por qué permite tu sufrimiento. Aguanta un poco más y serás el hijo que Él sonó para toda la eternidad...
Eclesiástico 33,13
"Como la arcilla del alfarero está en su mano y todos sus caminos en su voluntad, así están los hombres en la mano de su Hacedor".
En las manos dela señora, la taza comenzó a contar su historia: "Usted debe saber que yo no siempre he sido la taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo yo era solo un poco de barro. Pero un artesano me tomó entre sus manos y me fue dando forma. Llegó el momento en que me desesperé y le grité: "¡Por favor... ya déjame en paz...!". Pero mi amo sólo me sonrió y me dijo: "Aguanta un poco más, todavía no es tiempo".
Después me puso en un horno. ¡Nunca había sentido tanto calor!... Toque a la puerta del horno y a través de la ventanilla pude leer los labios de mi amo que me decía: "Aguanta un poco más, todavía no es tiempo".
Cuando al fin abrió la puerta, mi artesano me puso en un estante. Pero, apenas me había refrescado, me comenzó a raspar, a lijar. No se cómo no acabó conmigo. Me daba vueltas, me miraba de arriba a abajo. Por último me aplicó meticulosamente varias pinturas... Sentía que me ahogaba... "Por favor, déjame en paz", le gritaba a mi artesano, pero él sólo me decía: "Aguanta un poco más. todavía no es tiempo."
Al fin, cuando pensé que había terminado aquello. me metió en otro horno, mucho más caliente que el primero. En ese momento sí pensé que terminaba con mi vida. Le rogué y le imploré a mi artesano que me respetara, que me sacara, que si se había vuelto loco. Grité, lloré; pero mi artesano sólo me decía: "Aguanta un poco más, todavía no es tiempo".
Me pregunté entonces si había esperanza... si lograría sobrevivir a esos tratos y abandonos. Pero por alguna razón aguanté todo aquello. Fue entonces que se abrió la puerta y mi artesano me tomó cariñosamente y me llevó a un lugar muy diferente. Era precioso. Allí todas las tazas eran maravillosas, verdaderas obras de arte, resplandecían como sólo ocurre en los sueños. No pasó mucho tiempo cuando descubrí que estaba en una fina tienda y ante mí había un espejo. Una de esas maravillas era yo. ¡No podía creerlo! ¡Esa no podía ser yo!
Mi artesano entonces me dijo: "Yo sé que sufriste al ser moldeada por mis manos, mira tu hermosa figura. Sé que pasaste terribles calores, pero ahora observa tu sólida consistencia, sé que sufriste con las raspadas y pulidas, pero mira ahora la finura de tu presencia... y la pintura te provocaba nauseas, pero contempla ahora tu hermosura... ¿y si te hubiera dejado como estabas?"
"¡Ahora eres una obra terminada!, ¡lo que imaginé cuando te comencé a formar!"
Querido hermano que lees. Eres una tacita en las manos del mejor alfarero: Dios. Confíate en sus amorosas manos aunque muchas veces no comprendas por qué permite tu sufrimiento. Aguanta un poco más y serás el hijo que Él sonó para toda la eternidad...
Eclesiástico 33,13
"Como la arcilla del alfarero está en su mano y todos sus caminos en su voluntad, así están los hombres en la mano de su Hacedor".
Guiados por el Espíritu Santo
Nos hacemos semejantes a Cristo por medio de los sacramentos
Jesús dispuso los medios para que en cualquier lugar y tiempo pudiéramos recibir todas las gracias necesarias.
La unión entre Palabra y sacramento es muy grande. ¿Qué hace en nosotros la Palabra de Dios?: nos propone el misterio de Cristo, o como afirma San Pablo "que Cristo está en nosotros y en la esperanza de su gloria" (Col 1,27).
La Iglesia transforma la vida de sus hijos y lo hace por medio de los sacramentos. "En los sacramentos Cristo, muerto por nosotros y resucitado para siempre, no cesa de morir y de resucitar por nosotros para que resucetemos con El para siempre al final de los tiempos" (Manuel Belda, Curso de Teología Espiritual, p. 168).
Nuestra identificación con Cristo pasa por los sacramentos; si no recibimos la gracia por medio de ellos -pudiendo hacerlo y no lo hacemos-, tenemos una verdadera anemia espiritual. Hoy proliferan muchos grupos de oración, buenos por sí, pero si no terminan en una vida sacramental es como si la gracia recibida en la oración se desvaneciera o se perdiera como si recogiéramos agua con una canasta de mimbre.
Los sacramentos nos configuran con Cristo; por eso Juan Pablo II decía: " De un concepto de culto eucarístico surge, a continuación, todo el estilo sacramental de la vida cristiana. En efecto, llevar una vida basada en los sacramentos, animada por el sacerdocio común, significa en primer lugar por parte del cristiano desear que Cristo actúe en él para hacerle llagar, en el Espíritu, a la plena madurez de Cristo (Ef 4,13). Dios, por su parte, no lo toca sólo a través de los acontecimientos y con su gracia interna, sino que actúa en él, con mayor certeza y fuerza por medio de los sacramentos. Estos dan a su vida un estilo sacramental" (Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 24-II-1980, m.7).
Todo lo que llega a entristecer el corazón humano hubiera estado presente. ¿Cómo se hubiera podido sostener la familia sin los dones y regalos del sacramento Matrimonio? Y si hoy hay tantas crisis en el mundo, es porque la fuente de gracia que pasa por los sacramentos no es utilizada. La ignorancia o la rebeldía a la institución eclesial llevan a que nos olvidemos que la Iglesia es el sacramento de la unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.
"Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con las disposiciones requeridas (cf. C.E.C. n. 1131).
Tenemos que tener presente que los sacramentos se ordenan a nuestra santificación ya que actualizan la gracia que Cristo nos ha ganado en el árbol de la Cruz.
Los Sacramentos en la Vida Cristiana
Jesús dispuso los medios para que en cualquier lugar y tiempo pudiéramos recibir todas las gracias necesarias: instituyó los sacramentos, canales divinos por los que la gracia fluye. Cada vez que los recibimos ascendemos un peldaño más para encontrarnos con Él.Nuestra identificación con Cristo pasa por los sacramentos; si no recibimos la gracia por medio de ellos -pudiendo hacerlo y no lo hacemos-, tenemos una verdadera anemia espiritual. Hoy proliferan muchos grupos de oración, buenos por sí, pero si no terminan en una vida sacramental es como si la gracia recibida en la oración se desvaneciera o se perdiera como si recogiéramos agua con una canasta de mimbre.
Los sacramentos nos configuran con Cristo; por eso Juan Pablo II decía: " De un concepto de culto eucarístico surge, a continuación, todo el estilo sacramental de la vida cristiana. En efecto, llevar una vida basada en los sacramentos, animada por el sacerdocio común, significa en primer lugar por parte del cristiano desear que Cristo actúe en él para hacerle llagar, en el Espíritu, a la plena madurez de Cristo (Ef 4,13). Dios, por su parte, no lo toca sólo a través de los acontecimientos y con su gracia interna, sino que actúa en él, con mayor certeza y fuerza por medio de los sacramentos. Estos dan a su vida un estilo sacramental" (Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 24-II-1980, m.7).
¿Qué hacen en nosotros?
Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de gracia que Cristo nos ganó en la Cruz. Se encarnó en las entrañas purísimas de María para transforma nuestras vidas. ¿Qué hubiera sido de nuestra existencia sin ese cambio que Cristo introdujo en la historia?Todo lo que llega a entristecer el corazón humano hubiera estado presente. ¿Cómo se hubiera podido sostener la familia sin los dones y regalos del sacramento Matrimonio? Y si hoy hay tantas crisis en el mundo, es porque la fuente de gracia que pasa por los sacramentos no es utilizada. La ignorancia o la rebeldía a la institución eclesial llevan a que nos olvidemos que la Iglesia es el sacramento de la unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.
"Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con las disposiciones requeridas (cf. C.E.C. n. 1131).
Tenemos que tener presente que los sacramentos se ordenan a nuestra santificación ya que actualizan la gracia que Cristo nos ha ganado en el árbol de la Cruz.
(Pbro. dr. Jorge A. Gandur)
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