María

Repetir en nuestra vida el camino de María
La Santísima Virgen no es la única que ha sido elegida por Dios; cada uno de nosotros también lo ha sido.

La razón por la cual María fue bendecida de esta forma extraordinaria por el Señor fue por la misión que a Ella se le iba a entregar: la de ser la Madre del Redentor. La razón por la cual cada uno de nosotros es bendecido por Dios es porque también tenemos una misión muy especial de cara a nuestro mundo, de cara a la propia familia y de cara a la sociedad en la que vivimos.

Aplicar en nosotros su misión
En María se produce la preservación por parte de Dios. María no es tocada por el pecado. Sin embargo, de la misma manera en que María tiene una gracia muy especial por parte del Señor, no olvidemos que también nosotros la tenemos, porque contamos con la gracia de Dios para poder llevar a cabo  nuestra misión. La actitud de la Santísima Virgen ante la misión que se le propuso también la podríamos aplicar a nosotros. María, cuando oye las palabras del ángel, se preocupa mucho y se pregunta qué querrá decir semejante saludo. María le pregunta al ángel cómo se va a realizar el plan de Dios, siendo Ella virgen. Sin embargo la Santísima Virgen ofrece su persona a Dios como la esclava del Señor para que se cumpla en ella lo que se la ha dicho. Esas tres actitudes de la Santísima Virgen podrían también ser tres comportamientos nuestros. Cada uno de nosotros, cuando Dios manifiesta su plan en nuestra vida, también puede sentir preocupación, inquietud, incluso miedo. "No temas María", le dirá el ángel. También en nuestro corazón, cuando vemos con claridad el designio de Dios para nuestra vida, puede surgir miedo, porque muchas veces lo que Él nos pide va en contra de lo que habíamos planeado.

Los planes de Dios y los nuestros
Si reflexionáramos sobre el plan que teníamos o el plan que tenemos para nuestra existencia, ¿podríamos decir que es el mismo que Dios nos está pidiendo? ¿Acaso lo que me ha sucedido estaba dentro de mis planes? ¿Estaba dentro  de mis planes el que mi matrimonio sufriese dificultades? ¿Estaba dentro de mis planes el que mis hijos se comportasen mal? ¿Estaba dentro de mis planes el que Dios me pidiese pasar por la situación que estoy pasando? Y cuando de pronto te encuentras con algo que no está dentro de tus planes, te puede preocupar, te puede incluso molestar. Sin embargo, hay una cosa muy clara: muchas veces perdemos el dominio de nuestra vida y se lo tenemos que dejar a Dios. ¿Qué pasa cuando se lo tienes que dejar a Él? ¿Qué pasa cuando Dios te dice "el control lo quiero yo"? Y quiero que me entregues esto de tus vida...; esto de tus hijo... A lo mejor, surge en nosotros preocupación, que puede ser una reacción lógica, pero que no sigue el camino de la Santísima Virgen María.

La auténtica respuesta a Dios
Cuántas veces podemos perder de vista que, ante Dios, la respuesta auténtica es "sí". Y es un "sí" que lo pone a Dios delante todo lo que uno es. María había prometido a Dios vivir en virginidad. Pero incluso esa promesa tan acariciada en el Corazón de la Santísima Virgen Ella la pone ante el Señor y acepta su respuesta. El punto importante es si le ponemos a Dios el sí por delante. "¿Cómo va a ser...?" Tú me lo vas a decir, Tú me vas a guiar, Tú vas a estar a mi lado. Sin embargo, cuántas veces pensamos que  nuestros planes personales son mejores que los de Dios; que nuestros criterios personales son mejores que los del Señor. Nos olvidamos de que el camino de María es un camino en el Ella siempre está dispuesta a decirle a Dios "sí".

Ofrenda total
La tercera actitud de la Santísima Virgen María es una actitud de una ofrenda total: "He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra". Ante los conflictos internos de más generosidad, más sacrificio, más entrega, más oración, más perdón a los demás, tenemos que repetir las palabras de María Santísima: "Aquí está la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra". ¡Qué importante es descubrir este camino de María en nuestra vida, que lo tenemos que repetir cuando las cosas económicas van bien o cuando van mal, lo tenemos que repetir cuando hay una contrariedad o cuando no las hay.



Oremos con el icono de la Madre de Dios "de las Tres Alegrías"
A comienzos del Siglo XVIII, en Rusia, sucedió que un mujer noble y piados sufrió tres desgracias en su vida: su esposo fue difamado, y a causa de las calumnias tuvo que exiliarse; su hijo fue tomado prisionero en una guerra, y por último, le confiscaron todos sus bienes,.La mujer, muy apenada, le rezó con mucho fervor a la Reina del Cielo, y un día escuchó una voz que le decía que debía buscar un icono de la Sagrada Familia -al cual finalmente encontró en la iglesia de la Santísima Trinidad, en Moscú-, y cuando lo hallase debía rezar una oración delante de él. Habiendo dicho la plegaria delante del icono, recibió tres grandes y alegres noticias: su esposo regresó, su hijo fue liberado de la cautividad y sus bienes le fueron regresados.
La mujer del milagro recibe tres alegrías, una por cada una de las pérdidas que había sufrido: por la pérdida de la fama de su marido, recibe la alegría de verla restituida; por la pérdida de la libertad d su hijo, la ve a ésta recuperada; por los bienes perdidos, recibe el gozo de recuperarlos a todos.
A través del milagro del icono, la Virgen nos enseña que su Hijo Jesucristo nos concede tres alegrías espirituales, también relacionadas con la fama o el buen nombre con la libertad y con los bienes: Jesucristo nos concede la alegría de la condición de ser hijos de Dios, por medio de la gracia de  la filiación divina, en el Bautismo, con el cual adquirimos la condición, el nombre y la buena fama de ser hijos de Dios; nos concede la alegría de vernos libres del pecadom de la muerte y del Infierno, gracias a su Pasión redentora, con la cual salimos victoriosos en la lucha contra estos grandes enemigos de la raza humana y nos vemos libres de ellos, y finalmente, nos concede la alegría de adquirir los enormes, infinitos, eternos e inagotables tesoros del Reino de Dios, la vida eterna y la contemplación beata de las Tres Divinas Personas.
Ahora bien, estas tres alegrías las tenemos  todas en la Eucaristía y en la comunión sacramental; en la comunión sacramental Cristo, el Hijo de Dios, nos une a Él por el don del Espíritu, y nos hace ser, en Él, con Él y por Él, un solo cuerpo y un solo espíritu; por la comunión, recibimos no solo la gracia de Dios, sino a la Gracia Increada en sí misma, Cristo Dios, por la cual nos vuelve invencibles contra nuestros enemigos -el demonio, el mundo y la carne- y nos concede la corona de la victoria espiritual, que es su propia corona; en la comunión, Dios Padre nos da el bien más preciado de todos, su Hijo resucitado en la Eucaristía, y con Él, nos da el Espíritu Santo.
En la Santa Eucaristía tenemos, cada vez que comulgamos, tres grandes Alegrías.

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