De entrada, el hecho de que Hungría tenga una nueva Constitución debería ser motivo de satisfacción para Europa, pues ha sido el último país del antiguo bloque soviético en desembarazarse de la constitución comunista.
Pero cualquiera que haba una búsqueda amplia de noticias sobre el acontecimiento, por ejemplo en Google News, se encontrará con un chaparrón de titulares acusando a la nueva Constitución de "ultraconservadora", "discriminatoria", "antidemocrática", violadora de "los estándares europeos e internacionales, de las libertades individuales y de los derechos del hombre". También se lee por doquier que "ha sido duramente criticada por algunos socios de la Unión Europea" y por las instituciones europeas.
Por parte de "algunos socios de la Unión Europea", sólo ha llegado a mis ojos una frase insinuante tomado del diario español "El País": "La flamante Ley Fundamental de Hungría -actual presidente de turno de la UE- ha levantado ampollas en Bruselas y Berlín, donde un alto funcionario de Exteriores dijo ayer que 'consolida un concepto de derecho difícilmente compatible con los principios de la UE' (nótese la precisión a la hora de citar la fuente en que fundamenta el origen de las "ampollas").
¿De dónde entonces, tantos periodistas sacan esas frases tan aterradoras? Al leer los artículos completos, se observa que sus autores, tras dar la noticia de lo aporbado en Hungría, rellenan las líneas citando al líder del partido socialista húngaro de la oposición, MSZP, y a grupos feministas, gays y defensores de los derechos humanos (la mayor parte de las veces ni los mencionan por su nombre, con excepción de la omnipresente Amnistía Internacional).
Los socialistas -que en las elecciones de 2010 quedaron reducidos a su mínima expresión- denuncian un viraje autoritarios por el hecho de que la Constitución no haya sido aprobada con el concenso de todos. En efecto, de los 384 diputados del Parlamento húngaro, "sólo" la aprobaron 262, contra 44 que votaron en contra, uno que se abstuvo y 77 que se salieron sin votar como protesta. Los sondeos de opinión deban también un apoyo mayoritario del país a la reforma.
Es decir, la deriva autocrática del primer ministro Viktor Orbán le viene de haber obtenido su partido una amplia mayoría absoluta en las elecciones: el malo de la película, el culpable, es el votante húngaro. Que lo diga el político que acaba de perder es, si no normal, al menos "lo corriente"; pero que lo repitan indescrimindamente tantos periodistas, da que pensar.
El preámbulo reconoce "el papel del cristianismo en la pervivencia de la nación". Los críticos deben de ver en esto una falta de libertad fundamental: la suya a no oir una opinión que les contraría. En cualquier caso es cierto que resulta, por primera vez en nuestra Europa siglo XXI, una postura decidida de no renunciar a la propia historia ni al origen de los valores que forjaron los actuales.
El texto considera "que la base de la existencia humana es la dignidad humana", que "la familia y la nación constituyen el marco principal de nuestra convivencia y que nuestros valores fundamentales son la fidelidad, la fe y el amor". Peligrosos principios, incluso revolucionarios.
En el fondo, los húngaros no han hecho má que dotarse de una salvaguardia de su país y sociedad. Hungría, que tiene un índice de fecundidad de 1,3 hijos por mujer (el nivel necsario para el reemplazo generacional es de 2,1), sólo quiere sobrevivir. Es consciente de que evitar la destrucción de niños no nacidos y proteger el ecosistema natural en que se crean ciudadanos (la convivencia estable entre hombre y mujer) es la única salida a la crisis demográfica que va a venir. Y de que tampoco la inmigracion es una solución a medio plazo.
Gonzalo Orti del Hoyo
Editorial Cristo Hoy N.º 262
No hay comentarios:
Publicar un comentario