La polémica sobre Dios es tan antigua como actual. Él continúa siendo el eterno misterio hacia quien se dirigen los pensamientos de la humanidad por siglos y siglos. Algunos dicen que Dios no existe, que Él es un invento de la mente humana. Otros simplemente no creen en Dios, porque no han sentido la necesidad de creer en Él. Muchos creen que Dios existe, pero lo conciben de muchas maneras. Y las expresiones sobre Dios continúan sin fin.
Ciertamente Dios será tema de discusión, de estudio, de reflexión, hasta que el corazón y la mente descansen en Él. Como decía San Agustín, "mi corazón no descansará hasta que descanse en Ti, Señor". El descanso es justamente la satisfacción sentida, experimentada cuando las discusiones sobre Dios terminan. Esto puede realmente suceder cuando dejemos de lado los razonamientos humanos para aceptar en la fe el misterio revelado en Jesucristo, Hijo de Dios, imagen del Padre.
Es importante considerar la respuesta de Jesús a los saduceos que no creían en la resurrección: "Moisés llama al Señor: Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos sino de vivos". Esta afirmación de Jesús, al asegurar que existe la resurrección de los muertos, confirma que Dios existe, que la vida proviene de Él y que ella continúa porque así lo establece el Señor. Y quien cree en Dios tiene la certeza de continuar viviendo en Él.
En realidad, los que dicen que no existe Dios, los que no creen en Él y los que tienen una imagen inexacta del Él, si éstos pudieran reflexionar sobre el don de la vida y penetrar en la profundidad de su ser, se encontrarían con el misterio de su propia existencia. Al llegar a esa certeza misteriosa profunda, encontrarán el camino hacia la aceptación del Dios de vivos, porque Él vive en cada una de sus criaturas.
Al final del trayecto, en la búsqueda del verdadero sentido de la vida, no habrá ateos, agnósticos o negligentes, porque se llegará al puerto donde toda mente y todo corazón hallará su descanso.
Reflexión de Monseñor Cuquejo, Arzobispo de Asunción